considerar la oscura madera
de la cruz
donde el sol oculta
su resplandor.
Contemplar el silencio del río,
la corriente divina
que arrastra escrúpulos,
cenizas y sacos.
Reflectir la luz y el perfume
del tercer día, el estallido
callado de Cristo
en el corazón del peregrino
herido para siempre de amor.