Más que adentrarse supone un dejarse envolver por la nube luminosa y parlante. Es la imagen sugerente del misterio de la Divina Majestad. Con ello se indica lo incontrolable e inatrapable de Dios que nos sorprende con su presencia inesperada pero cierta. Su voz no busca el aplauso, por lo inaudito que se nos muestra ante nuestros ojos y lo que perciben nuestros oídos, sino la obediencia creativa al Hijo reflejo del Padre, imagen de su ser.
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