Es de transición, como la vida misma, un anhelo de luz dejando la noche, un buscar la casa de la luz para ser iluminados con la plenitud de Dios. Es vivir el momento del paso de la tiniebla a la claridad. Esto se realiza lenta pero de forma inexorable. Es el desvelamiento de la luz haciendo desaparecer las sombras. Todo un proceso cotidiano, milagroso, una continua llamada a nosotros que peregrinamos entre las sombras y la luz, como la Iglesia misma.
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