de la foresta devoró más vidas que la espada. Su filo cortante, doble en algunos casos, quedó en calderilla en comparación con la punzante mortalidad a causa de los poblados bosques de encinas. Ay valiente Absalom colgado te quedaste de tu cabellera e indefenso expuesto a la maldad de los secuaces de David, tu padre. Las lágrimas de David desgarran y empapan la Biblia de un dolor indecible, anticipo de la cruz donde quedó suspendido, entre el cielo y la tierra, el rey pacífico en su empeño de reunir a los hijos dispersos.
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