armas mortíferas, destrucción
masiva, ruinas, escombros,
siembra de cuerpos tirados
en las calles, refugios, por doquier.
Palacios impolutos, trajes, corbatas,
mesas alargadas, rostros sin arrugas
sin el menor rictus de dolor, impasibles.
Y nuestro Papa Francisco clamando
en el desierto de las redes
por un cese inmediato de la barbarie
de la guerra. Palabras de paz inaudibles
para los que en otrora le estrechaban
la mano. Si no hablara en contra de lo
injustificable, lo condenarían. Si levanta
la voz y suplica el fin de la hostilidad,
lo tachan de ingenuo e iluso y eso
de la oración, puro cuento...
Y la sordera se hace
atronadora y vil.