Uno de Lodoselo, un niño
travieso y con sereno sueño
en el que ha prendido el llamamiento
fraterno de seguir las huellas
de Aquel Crucificado en el Gólgota
que por nosotros nos dejó un ejemplo.
Un discípulo maestro
de los ríos en el desierto,
del atractivo divino
que se esconde y aflora
en los sagrados textos.
Tanto en Roma como en Mérida
no dejará de anunciar
el amor fiel y misericordioso
del Dios vivo y verdadero
que no cesa de mostrar su rostro
en el que nada puede
y menesteroso.