al desierto,
rocíame con el viento
vespertino del silencio,
revísteme con el lino, aliento
y palabra, gracia que empapa
la árida tierra, reseca, sin agua.
Tu lana, en mi cuello,
me protege
del enemigo que acorrala.
Con tu aceite úngeme y tersa
mi rostro cada mañana.
Hazme probar el mosto, tu divina
dulzura que embriaga
y sella mi boca con tu ascua
que cauteriza mi labia.
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