El ministerio sacerdotal sigue siendo un precioso tesoro en vasijas de barro, un don de Jesucristo que supera nuestras capacidades y que es percibido como dañino por tantos que lo ven desenfocado, y rechazado por otros porque no les encaja en su visión del mundo. El sacerdocio está en relación directa a la cruz de Jesucristo porque de allí brota todo el amor para el mundo, culmen de toda una vida entregada y que pide de nosotros una respuesta en amor y gratuita que nuestro egoísmo y pecado, a veces y por desgracia bastantes, oscurece. Nuestra debilidad no es obstáculo para el Señor sino garantía de que es El quien llama. Nuestra debilidad es lo que provoca que muchos disparen dardos que nos desacreditan y anulan. Es en esa frontera donde nos jugamos el ser o no ser.
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