Nuestra eventual falta de fe o de una fe menos contundente y arriesgada nos tiene que abocar a un uso de gestos, señales, obras como forma de trasmitir lo visto y oído y a cesar en el lenguaje verbal como modo habitual de comunicación de lo que creemos y experimentamos. Menos palabras y más señas de nuestra oligopistía. Por lo menos el ridículo lo tenemos asegurado pero es el peaje que tenemos que pagar por nuestra increencia galopante.
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