y no tan nuestros.
Tu en el principio
y en el fin. Tu, Señor,
con tu llamada, silbo de amor
inextinguible, antes, en y después.
Tu, Crisma, en nuestras manos,
tuyas desde el inicio.
Y con el ascua del Espíritu
haz de nuestros labios:
hoguera incandescente,
torreón inexpugnable,
una ola de fuego
nacida en el corazón de los tuyos
por la gracia divina que te identifica.
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