tener un ramalazo,
ese momento único,
ese ver claro
en el que uno aprende de golpe
la intrincada simplicidad de Dios,
y envuelto en la mirada de Jesús
y atraído por su palabra
se lanza sin más
y todo lo demás, nada.
tener un ramalazo,
ese momento único,
ese ver claro
en el que uno aprende de golpe
la intrincada simplicidad de Dios,
y envuelto en la mirada de Jesús
y atraído por su palabra
se lanza sin más
y todo lo demás, nada.
desde la orilla del Miño,
párroco de Sobrada
con el trofeo de pasión y gloria,
aparición en Galilea,
mar de Tiberíades,
Jesús Resucitado en el lunes de Pascua.
y ahora, en este enero de lluvia,
como discípulo del Señor,
cruzas ya a la otra orilla
rezumando ansias de vida
por los cuatro costados,
implorando la bendición
para los pescadores del río,
españoles y portugueses,
el pan de cada día,
abundancia milagrosa de lampreas.
cómo hiciste para que a tu presencia
el ángel del Señor pudiese entrar,
si fue amaneciendo el día,
en la sobremesa,
a media tarde
o cuando el sol se despojaba de rayos y
brillos
y asomaba la luna.
Si tuviste algún presentimiento
o te sorprendió en tu rutina.
Cuándo caíste en la cuenta
que aquello era lo imposible.
Cómo quedaron tus ojos ante la luz
que desprendía la sombra divina
Qué tipo de silencio envolvió
la dialéctica comunicativa,
qué forma de escucha es necesaria
para que el milagro
que solo en Dios es posible
haya prendido en tu cuerpo
de esa manera
y seas fuente inagotable
de inspiración
de los que buscan a Dios
sin ser merecentes ni dignos.