mínima en tamaño,
inmensa de vida escondida.
La rebaño en el altar
con el dedo
y su sabor divino,
enjundia y manteca,
me enloquece
y la rebusco
como a una aceituna
y la rescato del olvido
del vareo previo.
Que gracia más grande
en mi pecho no cupo
y por ella madrugo.
Día a día la descubro
en el trazo y surco
sin brillo ni atractivo;
en la piel suave
del recién nacido,
en el pequeño gesto
y rutinario rictus.
Tierra reseca, agostada,
sin agua.
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