Es una responsabilidad que incumbe a presbíteros y laicos aunque sea de forma asimétrica. Se trata de ponerse en la actitud de Jesucristo tal y como se nos muestra en el evangelio. El nos redimió y nos dio ejemplo de vida lavando nuestras heridas para que así lo realicemos sus discípulos. Unos a otros, porque estamos necesitados eclesialmente de los demás. Es desde la humildad ofrecida para el bien de la Iglesia como los frutos obtenidos serán verdaderamente espirituales.
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