Con cuánto cariño prepararía la madre del bebé Moisés la cestilla de mimbre, en donde iba a colocarlo. Por cierto a esa cesta de mimbre se le llama hoy un moisés. Qué grande se ha hecho ese gesto para quedar reflejado en el lenguaje como un nombre común que denomina a un objeto determinado. La madre de Moisés convirtió la cestilla en una pequeña barca, la embadurnó de barro y pez y asi hizo posible que flotara por el Nilo. Esa cestilla de mimbre se convirtió en un segundo vientre materno, en una oquedad de vida, de protección, al cobijo de la luz del sol y del agua engullidora. Moisés renace en el agua. En sus propias lágrimas, en su balbuceo remite a su madre y en esa madre brilla el rostro de un Dios que salva.
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