Así lo expresaba san Agustín en una preciosa invocación donde reconocía el retraso personal en el reconocimiento de la verdad y belleza del Dios vivo y verdadero. Esta tardanza en el tiempo configura, de alguna forma, nuestro ser en relación con el que se nos ofrece de continuo para impregnarnos de su amor inextinguible. Por eso reconozcamos nuestra pobreza ante el Dios que nos ansía día y noche y démosle gracias porque no abandona la obra de sus manos.
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