Porque es un lugar de paso, no de instalación y los presbíteros no somos su centro. El altar es lo que concentra a la comunidad, que se identifica con Cristo y es al mismo tiempo donde se ofrece El Salvador. Cuando nosotros llegamos a un sitio, sabiendo que somos peregrinos y no sabemos marcharnos se monta la vaquerada; y no queda más remedio que cantar a los indios que vienen los caballos.
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