Hombre de Dios con hambre del semblante divino. Contempló la faz radiante del Salvador y quedó arrebatado y deslumbrado. Celoso de la fe en el Señor, supo de la sequedad divina y de su fértil aguacero. Experimentó la suavidad poderosa de Dios y sus miedos y desalientos fueron desarmados por la presencia de Aquel que no abandona nunca a los que envía.
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