y en los árboles
que no habíamos plantado
no colgábamos las cítaras
-huelga decirlo-,
los de nuestros pasos
por la hierba alta del jardín
y cruzando miradas y rezos
cuando el viento soplaba
sin que supieramos a dónde iba,
nos conjuramos
un treinta de marzo,
ser raíces en esta tierra
dando vida sin medida.