no detenemos el paso.
Sedientos del rostro transfigurado,
mostrado en lo alto del monte,
sabemos que el desierto
nos aporta la fiereza necesaria,
el rostro de pedernal,
el gesto noble y recio
ante el enemigo burlón.
Si mordemos el polvo
nos levantamos y reemprendemos
el camino
y aunque heridos y dolientes,
el recuerdo de tus palabras
y la luz de tu mirada
grabada a fuego en nuestro iris
nos lanza hacia adelante.
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