Esto es lo prodigioso, lo verdaderamente único e irrepetible, algo inaudito. Cuanta luz, una claridad deslumbradora como para caerse de rodillas y postrarse ante aquel niño, Jesús, nacido en Belén de Judá. Una estrella que se mueve, una estrella que se detiene, que se posa encima de la casa donde estaba aquel niño con su madre, María. Una luz cegadora, transfiguración inicial, epifanía destellante del misterio de Dios, manifestado en la humildad de nuestra carne.
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