La vida es la primigenia vocación. Esto supone entenderla como un don, un regalo, algo que uno recibe gratuitamente sin méritos por nuestra parte. El derecho a la vida no es porque se haya plasmado en un papel, previo acuerdo de unos cuantos; tampoco se puede exigir como derecho la negación de la vida. Antes de nada, y no me refiero al tiempo sino al concepto mismo, está la vida como vocación, como la donación de Dios a nosotros que nos precede, nos primerea, en términos del Papa Francisco, y desde ahí se comprende que no todo dependa de nuestro querer, interés o audiseño de ingeniería. La vida no depende, en origen, de nosotros mismos y eso mismo descabalga cualquier postura supremacista o autoidentitaria.
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