Es la que tiene María, la Bienaventurada por antonomasia. Eso no impide la angustia, la incertidumbre, el desconcierto. Pero lo que antecede y fundamenta su vida es un Alégrate pronunciado desde lo alto y dirigido a ella de forma personal e inequívoco que se convierte en signo para nosotros, donde se radica, también, el ser y estar nuestro, aquí y ahora.
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