y ellos son cuatrocientos
cincuenta. No me quejo.
Bullicio, barullo, ruido,
incisiones, calor tórrido,
los dioses de siesta
con tapones en los oídos,
trance, rebaño,
coro abrazado,
estéril lamento,
aturdidos por los suelos
sin una llama de fuego
que abrase el novillo.
Quedo yo solo y el pueblo ausente
esperando el rayo divino
que queme la ofrenda,
holocausto del olvido,
gentío frío
en busca de pruebas fehacientes
milagros,
evidencias,
al Dios, sin multitudes,
al que le basta uno.
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