Minutos, segundos, tiempo para el Señor. Dedicación y reconocimiento de la fuerza y belleza de su palabra, de El que vive entre nosotros, nos rejuvenece y nos lanza al mundo. Primero al nuestro mismo, necesitado de purificación, conversión, de apertura a su misterio ardiente. En segundo lugar al de los demás para servirlos desde el seguimiento a El y mostrarnos compasivos y misericordiosos. Desde esta postura el construirá, con su Espíritu, la criatura nueva a su imagen y semejanza, según su corazón.
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