y, para más, a un monte alto. Es decir, para que nadie se enterase,o mejor, para hacerlos partícipes de algo único y especial. Nos viene bien alejarnos de los focos, no por agorafobia sino por la necesidad de soledad, silencio, por sentir el susurro de la libertad en el rostro. Pero esa soledad no es un solipsismo sino un estar con, un compartir la subida, la luz, la bajada, el secreto de lo divino. Porque lo de Dios tiene un aspecto de descubrimiento que solo es accesible si nos damos la oportunidad, el espacio y el tiempo necesario, apropiado, para poder gustar de lo que solo los paladares humildes pueden degustar.
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