La escena de Jesús empujado por el Espíritu al desierto y su estancia en el mismo durante cuarenta días, es para nosotros la configuración de este tiempo litúrgico, la santa cuaresma, necesario para degustar la leche y la miel de la Pascua. Pero el mismo tiempo cuaresmal, tomando como modelo a Jesús en el desierto, es victorioso y restaurador de los orígenes de la humanidad. La invitación al desierto forma parte de las mejores y auténticas dinámicas espirituales. Es por lo que el ejercicio del desierto se hace admirable, en cuanto nos sitúa en un ámbito donde nuestra debilidad y fortaleza se hacen manifiestas.
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