Tras las huellas dejadas
en los bordes del corazón,
delicada presencia callada,
balbuceo,
pronuncio torpemente tu nombre.
Tu trayendo luz para que navegue
y yo entrando en los surcos del camino,
de las piedras, de las zarzas y espinos.
Y es tu tierra buena, la que me das en tu Hijo,
Oh Padre de la luz sin ocaso,
la que hace brotar lágrimas, un rocío de amor
donde crecen las rosas y los lirios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario