Frente a la habitabilidad de los animales, aprovechando los huecos de la naturaleza o construyendo con ramas un pequeño espacio de presente y futuro, el Hijo del Hombre, aquel que es el icono de los desamparados, no tiene donde reclinar su cabeza. No es que viva al raso y nadie lo acoja sino que su vida es la inseguridad personificada, la ausencia de la dolce vita, es su temporalidad. Más que una cuestión de habitabilidad, es de temporalidad. Es la indicación radical de su ser pasajero y la conciencia viva de la misma.
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