En el de Jesús, en su yo, cabemos todos: su Padre que todo lo trasciende y que está sosteniendo todo lo que es, y nosotros en cuanto debilidad que busca autoafirmarse, condición necesaria para que pueda haber auténtica religión. En su yo, este pronombre adquiere el valor del infinito y de la temporalidad desprovista del egoísmo idolátrico que impide el vuelo de la libertad.
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