Pueblo de Dios, bautizados, iniciados en el misterio de Cristo, sus discípulos, que conforman la inmensa mayoría de este misterio de comunión y pluralidad que es la Iglesia. Enviados a proclamar el evangelio, celebrar a Cristo, corresponsables en la misión de testimoniar la Resurrección del Crucificado, miembros vivos de este organismo en el que todos contribuyen a que el Reino se extienda más y mejor. Laicos, sin ellos no hay Iglesia, pero no como espectadores ni como clientes ni como público al que se le invita a pagar por asistir a un espectáculo. Laicos que saben y entienden del Reino y que participan en esta apasionante misión que es la de vivir y ser vividos en Cristo.
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