Nos es necesaria esa capacidad de lanzarnos, no a tontas y a locas, pero si echarnos hacia adelante y dar la cara por Jesucristo y su evangelio. Esto no supone mirar por encima del hombro a nadie o falta de respeto. Sería contraproducente con el evangelio. Es más bien ese arrojo que, sin trompetas ni cabeza baja, nos lleva a la creatividad para que el mensaje de la fe se extienda como agradable perfume
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