María, la Santísima Virgen María, no es un edulcorante ni por supuesto un narcótico en nuestra vida de fe, como si tratar de ella nos pusiese en un órbita distinta de la tierra. No. Cuando nos referimos a ella como dulzura o cuando la piropeamos lo que estamos es mostrando amor. Supone reconocer que tenerla presente es la verdadera forma de ponernos en contacto con Jesucristo y por ende con lo humano y lo divino de Dios y también con lo verdaderamente humano y divino de los que transitamos por este mundo. Su dulce nombre refleja el Santísimo nombre de Jesús y nos sitúa en el respeto de todo nombre, de toda persona de este mundo nuestro, tan amargo por nuestro ajenjo.
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