Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios. Dichosos los que abren sus ojos y contemplan las maravillas de la voluntad de Dios. Una voluntad que no es imposición, poder despótico, sino designio de paz y amor, de perdón gratuito que invita a perdonar y tener compasión. Dichoso el hombre que abre sus ojos y ve su barro y el de sus hermanos y alcanza a Dios. El mal no está en los demás sino en nuestro ojos. Descubramos las vigas que en ellos anidan.
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