Existía Dios en cuanto su amor se compartía porque sino no habría Dios. Y nosotros, ya elegidos en Cristo, formando parte de esta vida plena en si misma, se nos concede el don de una santidad que no es un mostrarse serio y circunspecto, al margen de la realidad, sino un manifestarse con alegría en Aquel que todo lo puede porque su poder es amar.
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