Así, sin más aditivos, edulcorantes, sin por ello situarse en paralelo con la fe de la Iglesia, en la que quiero vivir y morir. Porque la acogida de la Iglesia de María, como algo propio, es la que hace posible el acceder a su presencia. Una presencia que nos pone en el diálogo con Dios, no en una lucha nocturna con consecuencias musculares de tipo ciática, sino en el revuelo del corazón que pervive, sin dejarse necrosar en el ensimismamiento, en la dinámica del corazón abierto donde Dios circula por nosotros y nosotros por Dios, Bendito sea.
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