No hay de qué, lo decimos muchas veces como respuesta ante algo que nos dicen quitando hierro al asunto, sabiendo que al yo pequeño siempre le parecerá poco lo que a uno le reconozcan o agradezcan. Pero me gusta el decir no hay de qué porque con ello se explicita que uno no es tan imprescindible ni necesario, que otro lo podría hacer mejor. Uno es prescindible. De eso se trata, de ir haciéndose prescindible, que no es tan importante la presencia de uno aquí o allí, que la gente y hay que decirlo con lucidez, aunque pueda parecer que te aprecian y puedan aplaudir de ti una propuesta, también a la vuelta de la esquina la pueden desechar. Le pasó a Pablo en Galacia, y uno no es mejor ni de lejos que El. Así que toca vivir, los que están alegres como si no lo estuvieran y los que están tristes como si tal no fuera. No te pliegues al medio, pliegate a Dios y a su sabiduría y tendrás ríos en el desierto o yermo total, no importa. Lo que importa es su Reino.
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