Apasionémonos con Jesucristo y su Iglesia. Una pasión, fruto del amor recibido de Dios, que no es ciega sino lúcida. Es la apuesta de la propia vida por la causa del Evangelio sabiendo que ni nuestro pecado ni los defectos e imperfecciones de la Iglesia son nada en comparación con la mirada de Jesucristo que llama y nos invita a seguir este camino apasionante.
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