todos, sin excepción. Para Dios
no hay muertos. En el no cabe noche.
Se duele hasta el extremo
de nuestra trazabilidad perecedera.
El es origen y meta
del decurso sonoro y callado
de la vida.
El atravesó el mar de la indigencia
en un madero de olivo
y amor crucificado. De los vivos, todos,
Dios sin trampa ni cartón. Sin tregua,
contra viento y marea.
Vivifica nuestra piel, nuestra voz
a ti debida, los ojos humedecidos,
infunde tu latido, tu sueño inacabado
en nuestro laberinto.