a mi madre,
donde me hice carne;
sus entrañas, cobijo, remanso,
allí empecé a latir con sosiego,
aprendí a ser desde ella para ti,
aguardar la hora,
llorar y reir,
la paz recibí.
Su carne, su sangre
verdadera vid, luz,
el manantial de vida
que transformó está cruz
en árbol frondoso
de abundante y perdurable
fruto sabroso.
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