del alma, agitados con fervor
y un canto en los labios
y como niños, guardando las distancias,
que se desgañitan,
gritamos con alboroto
Bendito quien viene,
manso y humilde de corazón,
en nombre del Señor.
En el cielo y en la tierra
no falte pan,
ni agua de sensatez,
ni los desvelos
de los que dedican sus horas
a la atención de los enfermos.
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