Amanece.
Raya el alba
por la mejilla del monte,
y me asombro callado
ante el lento y vertiginoso
claro que asoma
sin ruido;
solo el suspiro silente
de la tenue luz que sube
me inunda de paz
y suscita en mi alma
el ansia de sentido,
el deseo de vivir
sabiéndome pequeño
y enormemente agradecido.
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