Relegar las inquietudes de Dios y las ansias de ver su rostro al silencio por el apabullamiento exterior o el acallamiento interno para no tener que emprender una forma nueva de vivir y ser consecuente con ella.
Ridiculizar e infantilizar lo divino y todo lo que rodea la fe en Dios.
Postergar los deseos de Dios a la senectud. De esta manera se deja para el final todo lo que se refiere a Dios cuando las expectativas de vida ya están mermadas.
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