Nuestra vida de fe, litúrgica, no es una repetición; más bien es una progresión desde el centro hacia fuera que va conociendo mejor, celebrando con más dignidad y viviendo y testimoniando de forma más sencilla y auténtica. Desde la vivencia se retorna al misterio originario de la Pascua que concentra en si todos los dinamismos de vida y de superación de frustraciones y de pecado.
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