Algunos se lo toman a broma y frivolizan la confesión. Pero somos nosotros, la propia Iglesia y sus ministros, los que tenemos la responsabilidad de cuidar este sacramento como si fuese la única rosa del mundo. Este es un tesoro que llevamos en vasijas de barro y por eso es bueno que seamos porosos para que los demás encuentren al Dios vivo que nos ama a cada uno desmedidamente y quiere que dejemos de actuar como robots. La conversión existe porque Dios la ha creado para nosotros.
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