No se trata de una misión más pequeña, menos importante sino de una gran misión que implica a todos en la Iglesia. No es un juego de niños sino una apuesta del Dios Altísimo que muestra su verdadero rostro en los niños. Ellos son los llamados y enviados para anunciar el Evangelio, Cristo, a otros niños y jóvenes. Es un reconocimiento de su importancia y de la gran tarea que pueden desarrollar los niños en la Iglesia y el mundo. Empeñémonos en dar cabida a esta tarea en donde estemos y que, sin duda, dará frutos hasta los confines del mundo.
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