Para que el amor produzca frutos que perduren es imprescindible dedicarse a la escucha de la palabra de Dios y estar dispuestos a cumplir la voluntad de Dios que no quiere sino que lleguemos a desarrollarnos en el bien. Para alcanzar esta plenitud contamos con la gracia de la Eucaristía y la oración cotidiana y el servicio desinteresado a los demás. Todo aquello que nos ayude a vencer nuestro egoísmo y a abrirnos a los demás proviene de Dios y nos conducirá a Dios.
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