El Señor es Uno. No es un cero. Es el principio, el origen de la vida. Es Único. De ahí que nosotros seamos uno y únicos. El amor también es uno y único y por eso es indisoluble. La unidad y unicidad de la Iglesia es fruto de este Dios que fundamenta la comunión y el encuentro. Nuestras diferencias son respetables y defendibles porque por encima de ellas hay Alguien que las posibilita y abarca todo lo que existe.
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