No nos salvarán nuestros caballos, nuestro éxitos, nuestras cualidades y atractivos personales. Confiar en nuestras capacidades es un fracaso sin remedio. Esa es la tentación demoníaca. "Tu puedes, tu lo sabes todo, el triunfo es tuyo. Mira como te aplauden, como reconocen que eres un defensor de la fe. Es una pena que ese Dios, en el que crees, no te tenga en cuenta". Así es el razonamiento del tentador.
Por el contrario, solo cuando reconocemos que es Dios quien da la victoria, la vida y la muerte, nada tememos. Vivimos en la paz de saber que todo don proviene del Padre de los astros en el que no hay sombra.
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