Alegría es una raíz en la vida de Jesús, en la de María, en la de cualquier santo que se precie de tal. No se puede ser santo sin mostrar alegría. Es un componente fundamental de la vida humana, en definitiva. Es la de la alegría una propuesta espiritual intemporal, que en nuestros días se vuelve a lanzar para que nos dejemos alcanzar. La alegría que proviene del evangelio no es dar la espalda a la realidad, una especie de opio que nos distancia de la vida real con sus aristas de dolor y tristeza. Es la cara animosa que se abaja a todo dolor y extiende su mano para levantar y sostener. La alegría es el rostro enamorado que siente la brisa divina y las cicatrices de lo humano.
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