Se trata de la redención del mundo que Dios creó por amor y con amor. Dios, en su gran bondad y sabiduría, por ser quien es, no se desentiende de los laberintos del mal de la tierra. Se encarna en las purísimas entrañas de María para hacernos semejantes a El. No nos arranca del mundo sino del mal con la atracción de su amor. La Iglesia continúa esta misión, confiada por Jesucristo, y sigue contando con la Virgen María a la que venera con amor y delicada piedad.
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